El domingo es raro en días feriados: sentimos y no sentimos esa nostalgia. Pero igual sale sonrisa por sabernos ensiestados al día siguiente, un lunes de siesta, que por ser lunes y no ser lunes al mismo tiempo tiene un plus de significado. Un plus de placer. El plus al que me refiero nos agarró de sopetón en una represa concordiense. Para mí, fue el día más feliz del viaje. Al sol, con mucha agua adelante, piedritas "canto rodado" para hacer sapito en el lago, y sanwiches de milanesa en la guantera. Nadie podía pedir más. Aunque todos siempre podamos pedir más. Así que cantamos Drexler a capella con mona, asomamos nuestras cabezas por las ventanillas del auto y nos dio el viento en los rulos. Despeinados todos, disfrutamos del pasto, del aire, incluso del fresco. Concordamos (VERBO ESPECIAL PARA HABLAR DE CONCORDIA) en que el lago en invierno es más lindo que en verano. El frío constituye la esencia del lago. En verano es menos especial, o algo así.
Pasamos toda la tarde sacando fotos y tomando mate hasta que volvimos al centro para el infaltable paseo por la feria hippie. El recorrido fue fugaz: estábamos cansados. Sin embargo, nuestro cansancio no significó cama. Vencimos los bostezos y nos fuimos a cocinar pizzas caseras en un horno de barro. Amasamos con nuestras propias manitas. La masa se hizo bollo y el bollo se hizo pizza. Y podría seguir con la cadena pero no quiero que el blog se vuelva tan escatológico. Cuestión que los amigos de Fede resultaron tan divinos como él y todos nos fuimos a dormir con la panza llena y el corazón contento. Nunca mejor dicho.
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