Que sí, que me gustás, que gusto de vos, que sos divina, pero que las cosas son medio complicadas. Por qué complicadas, pregunto yo, con un aire de que no sé de qué mierda me habla pero sabiendo perfectamente de qué mierda me habla. Siempre tiendo a hacer eso: mierdas del lenguaje, mierdas de la expresión, como desfigurando una realidad tan nítida como inexplicable. Me hago la que no cuando absolutamente sí. Entonces empieza con que los caminos, las vidas desencontradas, los tiempos desfasados; la mierda de la puta que lo parió. Y yo encima, bien pelotuda, hablo rápido después de él. Verborrágica, descompensada, como queriendo convencerlo, convencerlo de algo que no sé qué es. Le digo que ta, que entiendo lo que dice, pero que se fije porque no todo es tan radical y que si uno no se juega nunca se sabe cómo termina. El tema está en querer tirarse a la pileta, termino diciendo. Pero quién carajo me manda a decir semejante estupidez, como si de mi boca salieran palabras de la revista Para Ti.
Bueno, nada. Que te acompaño a la parada de bondi, que no, que andá a cagar, que no te hagas el bueno para hacer que terminamos bien la noche, careta, que bien sabés que en estos momentos sos un flor de pelotudo. Pero pará nena, no te pongas así, histérica, sabés que sos hermosa, sabés todo lo que te quiero y lo que significás para mí, tampoco te hagas la que te estoy martirizando, sólo quiero actuar con las cosas más claras de las que las tengo.
Me prendí un pucho como si me quedaran cinco minutos de vida, y en esos cinco minutos tuviera que fumar lo más rápido posible para aprovechar los minutos restantes a ese cigarrillo. Me lo arrancó de la boca y lo tiró al piso. Típico de él, tan él. Me enojé. Que sos un pelotudo, que no estamos jodiendo, que no todo en la vida es una joda . Y yo dale con la bajada de línea estupidizante, por qué no se me ocurrían cosas inteligentes. Siempre me pasaba eso: el hijo de puta tiene la palabra justa y yo, como una gila de aquellas, sólo podía hablar con vocabulario Casi Ángeles. Mierda.
Me prendí el segundo pucho y me lo fumé hasta el final.
Hicimos silencio. Como quince minutos.
Nos miramos, nos dejamos de mirar, volvimos a mirarnos. Todo en silencio.
Me acompañó hasta la parada del bondi, y me dijo que bueno, que tenía que pensar bien, que el viernes se iba a Uruguay a refrescar la cabeza. Y que volvía y me llamaba, al menos para ir a tomar algo.
Le dije que las cosas no eran así. Que yo no quería más, que yo así no quería más. Que no quería más de él ni de ningún hombre. Que me iba a volver lesbiana. O antisocial.
Nos reímos.
Vino el bondi.
No me lo tomé.
Ni ese ni ninguno.
Caminamos y abrimos un vino tinto de madrugada.
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1 comentario:
Salado.
Ya lo leeremos.
Un abrazo, cumpa.
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