Bueno, nada. Que te acompaño a la parada de bondi, que no, que andá a cagar, que no te hagas el bueno para hacer que terminamos bien la noche, careta, que bien sabés que en estos momentos sos un flor de pelotudo. Pero pará nena, no te pongas así, histérica, sabés que sos hermosa, sabés todo lo que te quiero y lo que significás para mí, tampoco te hagas la que te estoy martirizando, sólo quiero actuar con las cosas más claras de las que las tengo.
Me prendí un pucho como si me quedaran cinco minutos de vida, y en esos cinco minutos tuviera que fumar lo más rápido posible para aprovechar los minutos restantes a ese cigarrillo. Me lo arrancó de la boca y lo tiró al piso. Típico de él, tan él. Me enojé. Que sos un pelotudo, que no estamos jodiendo, que no todo en la vida es una joda . Y yo dale con la bajada de línea estupidizante, por qué no se me ocurrían cosas inteligentes. Siempre me pasaba eso: el hijo de puta tiene la palabra justa y yo, como una gila de aquellas, sólo podía hablar con vocabulario Casi Ángeles. Mierda.
Me prendí el segundo pucho y me lo fumé hasta el final.
Hicimos silencio. Como quince minutos.
Nos miramos, nos dejamos de mirar, volvimos a mirarnos. Todo en silencio.
Me acompañó hasta la parada del bondi, y me dijo que bueno, que tenía que pensar bien, que el viernes se iba a Uruguay a refrescar la cabeza. Y que volvía y me llamaba, al menos para ir a tomar algo.
Le dije que las cosas no eran así. Que yo no quería más, que yo así no quería más. Que no quería más de él ni de ningún hombre. Que me iba a volver lesbiana. O antisocial.
Nos reímos.
Vino el bondi.
No me lo tomé.
Ni ese ni ninguno.
Caminamos y abrimos un vino tinto de madrugada.
Basado en:

1 comentario:
Salado.
Ya lo leeremos.
Un abrazo, cumpa.
Publicar un comentario