martes, 13 de octubre de 2009

Amor que entras por los ojos

La coyuntura era transparente y delicada. Un encuentro después de catorce años de distancia. No se miraban a los ojos pero ambos padecían de calores corporales. Él más que ella, le sudaba la zona del bigote, las manos eran dos gotas de agua espesa y pegajosa. Ella estaba tentada, nerviosa, chis chis, cosquilla, me pica la nariz. Obviamente no disimuló bien todo esto porque en aquel despliegue de gestitos incómodos se acercó Marcos y le dijo:-Gisela, te amo desde cuarto grado cuando me pinchaste el ojo con el lápiz negro.
Gisela miró para abajo, lo miró a los ojos fugazmente y volvió a mirar abajo. El calor de su cuerpo bañaba los otros cuerpos de alrededor. Se podía prácticamente tocar su nerviosismo con las manos. Entredientes, muy nerviosa, pronunció algo así como: -Marcos, te quiero también yo pero lo nuestro no puede ser, ¿entendés? es todo muy violento, desde el comienzo. Y cuando las cosas empiezan así, así siguen. Distinto sería si te hubiese tirado una cartita de amor por debajo de la puerta del baño de varones o si hubiésemos comprado bon o bon y jugado al juego de romper el corazón del medio juntos. Pero, ¿entendés? me siento culpable, no podría ni hacer un crucigrama al lado tuyo que me acordaría cómo fue que empecé a gustarte. Es muy fuerte para mí.
Marcos quedó como un pollito mojado, una mano cerca de su herida visual (ojo) y una mano cerca de su herida espiritual (¿alma? ¿corazón? ¿pecho? ¿cabeza? ¿pensamientos?)
Nunca más vio a Gisela, y decidió más nunca abrir su ojo derecho, como símbolo de su amor eterno.

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