Gisela miró para abajo, lo miró a los ojos fugazmente y volvió a mirar abajo. El calor de su cuerpo bañaba los otros cuerpos de alrededor. Se podía prácticamente tocar su nerviosismo con las manos. Entredientes, muy nerviosa, pronunció algo así como: -Marcos, te quiero también yo pero lo nuestro no puede ser, ¿entendés? es todo muy violento, desde el comienzo. Y cuando las cosas empiezan así, así siguen. Distinto sería si te hubiese tirado una cartita de amor por debajo de la puerta del baño de varones o si hubiésemos comprado bon o bon y jugado al juego de romper el corazón del medio juntos. Pero, ¿entendés? me siento culpable, no podría ni hacer un crucigrama al lado tuyo que me acordaría cómo fue que empecé a gustarte. Es muy fuerte para mí.
Marcos quedó como un pollito mojado, una mano cerca de su herida visual (ojo) y una mano cerca de su herida espiritual (¿alma? ¿corazón? ¿pecho? ¿cabeza? ¿pensamientos?)
Nunca más vio a Gisela, y decidió más nunca abrir su ojo derecho, como símbolo de su amor eterno.
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