Horas que pasan y sincronizan
con los ojos, los brazos, los colores;
hojas del viento que hipnotizan
y llevan peluca y anteojos.
Guantes de lana y suspiro,
ese café, esa mano, sus abrigos,
mantas de calor de invierno,
y mimos, tantos tantos mimos.
Los mismos, ellos eran los mismos,
siempre iguales eran sus guantes.
Y el invierno no crecía,
excepto ayer, que hacía tanto frío.
Un mimo con frío, los mismos.
Y así se sumaba la gente,
entre ellos y dos continentes,
un grito.
Auxilio! señor, usted,
¿no se da cuenta de que me ahogo?
venga, venga con su bufanda,
de lino. Venga y tápeme el hombro,
tápeme el sombrero con su pelo,
húndase con aurora y con hielo,
derretido.
Los mismos, eran mimos tan lindos.
Un pochoclo en el piso,
dulce de leche en la cama,
amapolas bañadas de crema americana,
en sus sueños, vainillas,
en su cuadra, alpargatas.
Acueducto de un domingo,
en casa.