Uno no podría distinguir entre Santa Teresita, Las toninas, Mar del Tuyu y San bernardo.
Están al lado, se rozan, se amontonan, se yuxtaponen, se mimetizan.
Son lo mismo pero con diferente precio de pasaje de micro,
y cada uno con su propio "nacionalismo" pueblerino que caracteriza todo recoveco de nuestro mundo.
En Santa Teresita uno puede hacer lo de siempre: jugar a los "jueguitos", pasear por la peatonal,
alquilar una bicicleta y andar por la avenida costera. Uno puede hacer asado, comer asado, oler a asado.
Uno puede tomar mate y comer pendorchos (factura fálica rellena).
Perdón, voy a interrumpir mi relato para decir que es la primera vez que soy obscena en mi blog.
Sigo. Uno puede hacer macramé y quedarse en la playa hasta el anochecer.
Pero también, se pueden ver búhos en plena luz del día, colgados del alambrado público. Se puede escuchar onda vaga y dormir mini siestas que son más neuróticas que relajantes. Se puede charlar sobre hombres y reírse de los géneros.
(más cerca de una socióloga, claro). También uno puede pensar, mirar el mar, pensar de nuevo, reírse o llorar.
Fernet hay en todos lados.
El camping splash nos deslumbró con sus bosques y sus arenales. Fuimos felices entre eucaliptos y ramitas.
Colgamos bombachas, armamos una carpa nueva, mini archi chiqui, super romántica según mi compañera. Dormimos apelotonadas, pero cómodas entre parcela y parcela. Mucha familia y reggeaton, pelota paleta y cerveza, rabas y post solar.
Santa teresita tiene una biblioteca pública sobre la playa, Alfonsina Storni, tiene cuatro bares en una misma esquina y un boliche muy groncho que se llama "Denise". En "Denise" hay cantobar y cuando nos asomamos sonaba Sergio Denis.
El remisero que nos acercó al camping nos dijo orgulloso: "yo soy denisero".
Lu y yo entendimos "remisero" y pensamos que era una obviedad. Pero no,
él era las dos.