En Colón la cantidad de gente
es inversamente proporcional
a la paz del lugar.
Las calles son en subida y en bajada
(simultáneamente)
y algunos pasadizos secretos
aumentan la excitación de los turistas.
Hay tres barcos abandonados
(más que el promedio normal, digamos)
y bastantes pintadas en las calles,
del estilo JUAN SOS MI VIDA, TE AMO.
La casa de Guille fue nuestro nicho,
nuestra cama marinera con mosquitos,
nuestra ducha fresca con pepas terepín.
El flecha bus cama nos sorprendió
por su confort
y el flecha bus de la vuelta (para variar)
se nos escapó, y nos tomamos el siguiente.
Disfrutamos del agua mansa,
todo un día chapoteando, sumergidas,
escabullidas, enrrolladas, encalladas,
y el siguiente disfrutamos de la siesta
la lluvia adentro de casa, siempre tan linda.
Ataques de risa
y de preguntas inexistentes invadieron las tardes coloniales
y nunca tardamos tanto en hacer un pedido de empanadas.
Con belu comprobamos
que la gente es re tonta,
que elige la manada, la multitud, la playa al estilo
costa argentina,
mientras nosotras nadamos felices
cerca de uno de los tres barcos abandonados.