Volviendo de bellas artes, después de una tarde meramente cultural, pasé por una panadería.
Locación: la de siempre. Velasco y Canning, nada nuevo bajo el sol.
Pero nunca había visto algo tan lindo, tan pomposo, tan tentador en una vidriera.
Era así: piso de brownie, capa gigantesca de mousse de chocolate y cubierta extrema de merengue italiano. Pero todo tan perfectamente cremoso, suave, contundente al mismo tiempo, que llamó demasiado mi atención. Era una torta del cielo, de dioses acaramelados, para zambullirse, esconderse, nadar en ella.
No era una torta nada más, perdón. No había aire, no había espacios en blanco adentro, no entraba ni un gramo de luz entre sus capas. I can tell. Se notaba. No pesaba mucho, pero tampoco era liviana.
Entonces, volví la mirada hacia ella. Y entré. Entré con poca plata y mucha saliva.
Me dieron una porción de esas que no te dejan con las ganas. Eran simpáticas panaderas de domingo a la tarde, nublado, frío. Ellas sonreían.
Y, para completar la perfección, la porción grandota salió tan sólo tres pesos. Irreal. Plenamente irreal, en esta época de tortas y tartas caras.
Fue una porción del cielo.
La mejor compra de años.
1 comentario:
que rico! se me hizo agua la boca!
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