Clavamos la vista en la arena,
en el fondo pero no tan en el fondo;
miramos, detenidos, el bamboleo del agua quieta,
y allí todo se nos hizo claro:
nada era lo que parecía ser.
Todo lo quieto era ser viviente y todo
lo que nos rodeaba era cosa viva.
Las estrellas de mar derrochan simpatía:
cosquillean sobre el cuerpo, escalan el brazo abriendo y cerrando
su cuerpo de estrella.
Y los cangrejos hacen ruido a pinza,
chiquichiquichiquichiqui.
Yo no sabía pero
toda piedra es cangrejo.
No existen las piedras en Brasil,
sí los cangrejos que se mimetizan, y son buenos
porque se disfrazan de piedra para no asustarnos.
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