domingo, 17 de enero de 2010

Hacer dedo.

Salimos con toti desde almagro el 3 bien temprano.
Los mosquitos y un salto repentino de klee (gato) (hermoso) en mi cara no nos permitió dormir más que tres horitas y arriba. Que duchita, que mate, que empanadita, y nos fuimos.
Una avenida Corrientes desolada nos esperaba entre porteros que manguereaban y unos cuantos borrachos de año nuevo que seguían festejando abrazados a los árboles.
Nuestro itinerario comenzó en almagro, y en menos de veinte minutos el colectivo 26 nos dejó en Retiro. Boleto a Zárate, el primer tren del día, 7:30. Todo fue bien puntual, nos subimos, pasaron unos minutitos, el chofer cerró las puertas y arrancamos. El recorrido, mucho no lo vimos ya que íbamos sentados en el piso, bien hippies desde el comienzo, pero parecía muy lindo, arbolado, soleado. Creo que a ambos se nos pasó tan rápido el camino que sin darnos cuenta llegamos, con las mochilas al hombro, y nos dirigimos hacia un nuevo bondi: el que nos dejaría velozmente en la ruta 9, a metros del peaje para emprender nuestra aventura más desacatada, el dedo.
El calor estaba avanzando sobre el día y de una corrdita compramos pan y agua para el viaje que nos esperaba.
Llegamos a la ruta, levantamos nuestros brazos y el dedo se hizo realidad. Ay, qué sensación tan vulnerable y adrenalínica. Aproveché para hacer pis al costadito de la ruta, y sentí tantos mosquitos que me da impresión pensarlo.
Volví hasta tomi, supongo que con cara de susto, y en ese momento apareció un hombre que se acercó y nos preguntó a dónde íbamos. Nosotros le dijimos a Córdoba, él nos dijo a Chaco, y bueno, suban chicos, esta es la llave de la Berlingo, pueden prender el aire, sólo tengan cuidado con los asientos que no les pase nada.
Increíble. Ni cinco minutos estuvimos y un milagro hecho camión (y camionero) nos estaba llevando a Rosario.
El vehículo era de los que dan más miedo en la ruta. Un camionazo gigantesco de los que transportan decenas de autos, y en uno de esos, tomi y yo sentados, anonadados, contentos, quizás un poco asustados, asombrados, y otra vez contentos empezamos a acercarnos a nuestro destino.
Yo descansé un ratito en la parte posterior de la camioneta, tendí el aislante y me dormí una siesta mientras tomi reposaba sus pies sobre la guantera y escuchaba música. De lo más bien.
Rosario no se hizo esperar y un nuevo desafío comenzaba. Habíamos tenido mucha suerte y quién sabe cómo terminaría la historia.
La cuestión fue que bajamos y el cielo estaba cada vez más nublado, pesado, húmedo, gris. Nos acomodamos a un costadito y volvimos a levantar los brazos. Estuvimos veinte minutos sin ningún resultado y unos cuantos gotones de lluvia. Entonces, como para empeorar un poco el cuadro, un auto de la policía se instaló justo delante de nosotros, para hacer controles a los autos. Los paraban, pedían papeles y los dejaban ir. Obvio, nadie nos iba a levantar, a menos que peguemos onda con ellos. Saludamos, hola, hola, vamos para Córdoba. Se reían un poco de nosotros, con actitud chabacana y soberbia. O nos miraban con lástima, no sé.
Nos pusimos bastante incómodos, y estuvimos a punto de movernos de lugar, cuando de repente llegó Roberto.
Roberto cruzó gran parte del ancho de la ruta para subirnos. Nos dijo: ¿a dónde vamos chicos?
Él también iba a Córdoba, así que golazo.
Este nuevo trayecto tuvo asimismo ciertas complicaciones. En principio, tomamos mate con el genio de Robert, quien no había terminado la primaria y sin embargo escribía hermosos poemas y recitaba con voz fuerte y decidida.
Cuando nos faltaban 250 km para llegar a Córdoba se atascó la palanca de cambios y no hubo forma de moverla. El camión estaba roto, y empezaba a anochecer. Un hotel de tres estrellas yacía atrás nuestro, pero esa no hubiese sido la mejor manera de empezar el viaje. Queríamos llegar a Córdoba esa noche, ese era nuestro objetivo, y en un silencio inútil (se traslucía en el puchero que afloraba en nuestras caritas de perro mojado), bajamos una vez más del camión y dejamos las mochilas al lado de la ruta. Una vez más, levantar el brazo y esperar.
Era inútil, nada nos iba a levantar en ese momento.
Pero, algo (el señor, el destino, un camión de mudanzas más grande que el de Roberto) nos quiso ayudar y empujó la palanca, destrabándola, hecho que permitió que el camión volviera a la vida, y nosotros, claro, arriba de él.
Un único inconveniente retrasó levemente nuestra llegada: una sirena chillaba como loca si roberto pasaba los 40 km por hora. ¿Conclusión? tardamos 5 horas aproximadamente (no voy a hacer la cuenta, creer o reventar) en llegar hasta córdoba!
PERO LLEGAMOS!
ilesos, cansados, dormidos pero despiertos, contentos del día, del dedo, de la sensación de viaje por delante.



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