Había comprado piñatas llenas de dulces y licores,
se había vestido de excéntrica exploradora
y había bailado al son de una milonga.
Se cepilló el pelo hasta dejarlo lacio,
se puso talco en los pies y en las manos.
Cambió de perfume, colonia y desodorante.
Compró pantalones chupines y tiró los pata de elefante.
Empezó a usar Colgate en vez de Close Up.
Dejó la coca, tomó agua.
Probó con anteojos, pero decidió volver al natural.
Se compró un canario y un hámster.
Les habló a sus plantas, las decoró con bichitos de luz.
Le puso sal sin sodio a cada comida,
y fabricó una nueva azucarera de porcelana.
Hizo un curso en el rojas, dos en el san martín,
tres en el centro cultural de almagro.
Se puso casco y viajó sin mochilas.
Sacó la canastita de su bicicleta.
Comió dos tostadas en cada desayuno.
Leyó Página 12 los Domingos.
Subió al tobogán y se tiró de cabeza.
Pintó su cuarto de naranja y blanco.
Estudió una carrera terciaria,
se puso un delantal y salió a dar clases.
Tomó mate todas las mañanas tempranas de invierno.
Se fue a la montaña en verano.
Dejó de hablar tanto por teléfono, se dedicó a escribir.
Racionalizó tantas cosas como pudo en su cuerpito,
se durmió temprano todos los jueves.
Probó picante y condimentos,
cocinó chipá lunes por medio.
Empezó a deleitarse con un trago mojito.
Se secó el pelo con secador,
se cortó el pelo.
Se murió el hámster y compró yuna tortuga.
Tocó flauta dulce y armónica,
sintió sombras en la ventana y cerró la cortina.
Igual, por dentro todo seguía igual.
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