Se desabrochó el primer botón del jean mientras estaba cocinando las milanesas.
Siempre se le adelantaba al tiempo. Jugaba con él como una marioneta, y ningún reloj vencía aquella cabecita previsora.
Engordaba antes de comer y empezaba a dormirse la siesta en la mesa.
Le gustaba comer papas fritas en la cama mirando la tele.
Aprendió el inglés viendo series en Sony.
(miraba E Entertaiment Television, pero no se lo decía a nadie).
Agarró el control remoto, ese de pilas triple A, del año noventa. Faltaba una de las cuatro.
Quiso llorar en silencio por tener que levantarse,
y acto seguido decidió comer sin tragar ni tomar nada ni casi sentir el sabor de esas milanesas,
para empezar a dormir y a despertarse y salir para la facultad.
Pero no fue nada. Decidió no tomar ese colectivo e irse al cine en Corrientes.
La película le gustó pero no le fascinó. Ella es de esas que piensa
si realmente las cosas valen la pena. Como que las expectativas se inflan
hinchan tuercen brotan saltan bailotean y explotan en su pecho
en cada acto de la vida cotidiana. Es insoportable.
Lloró un poquito en los títulos porque se sintió sola.
Pensó que esa clase de soledad iba a gustarle
pero siempre piensa lo mismo y siempre le galopa el pecho
de desamor y sensación de mundo-terrible.
Salió de la sala, sin carilinas. Entró al baño y sonó fuerte.
Se acordó de Cortázar
(lo único que calma la conjoga, aunque sea momentáneamente, es sonarse, decía).
y se sentó en un bar un poco feo pero que le inspiró nostalgia.
Leyó un poco de nada
porque estaba desconcentrada,
mirando las caras de la gente del bar y oyendo todo
alrededor suyo y del resto.
Quiso volver,
el jean le apretaba.
Caminó pensando en parar
paró pensando en acostarse,
se acostó pensando en soñar,
pero al despertar no recordó sus sueños,
y lloró de nuevo.