jueves, 5 de marzo de 2009

¡Fuerza!

La cuestión fue que la noche anterior había tomado mucho fernet.
Y yo cuando tomo mucho fernet al día siguiente tengo cagadera.
La rutina es siempre igual. Me levanto, voy al baño, voy al baño, voy al baño,
como algo y listo, se me pasa. Es más, esa noche puedo volver a tomar tranquilamente.
Cuestión; El sábado cuando me levanté tipo cinco de la tarde
comí milanesas y tomé coca light. Estaba medio boleada,
era un día raro, mucho calor, mucha música, pero sobre todo mucho calor.
Entonces comí milanesas y tipo siete
(ridículamente)
dije, bueno, ok, voy a lo de X*.
Era ridículo, porque a las ocho tenía que estar en otro lugar,
pero viste como soy yo. Dije má sí. Y fui.
Llegué y el departamentito era lindo. Normal. Chiquito.
Nos sentamos en el sillón y charlamos de la vida.
Un tipo copado. Charlamos mucho,
me contó de su carrera, de su laburo, de su gato.
Hasta que en un momento me ofreció mate.
Yo, en medio de la charlita, ya había ido al baño dos veces a hacer pis.
Y yo tardo cuando hago pis.
Preparó mate y ¿qué iba a hacer? ¿decirle que no?
Volví a decír "má sí" y tomé dos mates.
El problema empezó desde el primero,
pero se agravó muchísimo con el segundo.
Cuando tragué el segundo empecé a transpirar.
Fue de esos momentos en los que hubiese querido no existir.
O que no existan semejantes retorcijones.
En mi cabeza, sólo había dos opciones.
O decirle disculpá X* e irme lo más rápido posible a algún baño cercano,
o lo más disimuladamente posible, intentar ir a su baño.
No era linda ninguna alternativa, claramente
pero tampoco tuve mucho que pensar porque el dolor se hizo insoportable.
Así que me lavanté (por tercera vez)
y volví a ir al baño (un bañito chiquito,
de esos en los que la puerta queda lejos del inodoro, por ende no podés sostenerla
en caso de que por error alguien quiera entrar en ESE momento,
y la acústica es vergonzosamente chillona).
Todos los conocemos, vamos.
Bue. Me metí rezando que la música de fondo de repente
estuviera a todo volumen, cosa que obviamente no pasó.
Me quedé como diez minutos adentro,
abrí canillas, bajé y subí la tapa,
corté rasposamente el papel higiénico una y otra vez
(como si eso sirviese de algo???!!!)
y salí con la frente en alto.-
Él estaba cerca, como esperando,
pispeando, pero desatendidamente
como quien no quiere la cosa.
Salí, me miró con ternura y me dijo:
estás mal de la panza, ¿no?
Guau, qué momento.

Yo sonreí, me abrazó, me dio un beso.
A esas alturas de la tarde, yo ya estaba entre cansada y deshidratada,
me empecé a aburrir y a sentir un poco rara.
Salimos, caminamos unas cuadras
y no lo volví a ver nunca más.


*Esta historia puede haber sido un poco real, bastante digamos,
con alguna exageración de detalles simpaticones,
pero aclaro que es completamente ajena y los que me conocen se deberían dar cuenta
de por lo menos dos cosas que marcan rotunda y enfáticamente que la protagonista no soy yo.
(porfavor, mandénme mail con las dos diferencias clarísimas).
Igual, es una historia tierna,
y yo quiero mucho a la protagonista,
que nunca sabremos quién es. (ustedes, yo sí).