Se desabrochó el primer botón del jean mientras estaba cocinando las milanesas.
Siempre se le adelantaba al tiempo. Jugaba con él como una marioneta, y ningún reloj vencía aquella cabecita previsora.
Engordaba antes de comer y empezaba a dormirse la siesta en la mesa.
Le gustaba comer papas fritas en la cama mirando la tele.
Aprendió el inglés viendo series en Sony.
(miraba E Entertaiment Television, pero no se lo decía a nadie).
Agarró el control remoto, ese de pilas triple A, del año noventa. Faltaba una de las cuatro.
Quiso llorar en silencio por tener que levantarse,
y acto seguido decidió comer sin tragar ni tomar nada ni casi sentir el sabor de esas milanesas,
para empezar a dormir y a despertarse y salir para la facultad.
Pero no fue nada. Decidió no tomar ese colectivo e irse al cine en Corrientes.
La película le gustó pero no le fascinó. Ella es de esas que piensa
si realmente las cosas valen la pena. Como que las expectativas se inflan
hinchan tuercen brotan saltan bailotean y explotan en su pecho
en cada acto de la vida cotidiana. Es insoportable.
Lloró un poquito en los títulos porque se sintió sola.
Pensó que esa clase de soledad iba a gustarle
pero siempre piensa lo mismo y siempre le galopa el pecho
de desamor y sensación de mundo-terrible.
Salió de la sala, sin carilinas. Entró al baño y sonó fuerte.
Se acordó de Cortázar
(lo único que calma la conjoga, aunque sea momentáneamente, es sonarse, decía).
y se sentó en un bar un poco feo pero que le inspiró nostalgia.
Leyó un poco de nada
porque estaba desconcentrada,
mirando las caras de la gente del bar y oyendo todo
alrededor suyo y del resto.
Quiso volver,
el jean le apretaba.
Caminó pensando en parar
paró pensando en acostarse,
se acostó pensando en soñar,
pero al despertar no recordó sus sueños,
y lloró de nuevo.
domingo, 29 de marzo de 2009
lunes, 23 de marzo de 2009
Cercanías.
Se acerca,
despacio, se asoma. Deja ver su contorno.
Se acerca más cerca,
casi al ladito, y
se vislumbran mejor sus rasgos
claros, imponentes, compactos.
Se acerca casi hasta tocarme,
y me toca.
Se acerca dejando una marca invisible
de todo el camino que hizo
hasta llegar.
Se acerca en verano,
pasando al otoño
esperando que en invierno ya casi
no se aleje nunca más.
Y está tan cerca que creo
que puedo verlo completo,
sin anteojos. Puedo verlo incluso
sin abrir los ojos,
porque siento su olor e imagino
todo lo demás.
Su llegada me asombra
me impacta, me deja inmóvil como una estatua de hielo,
y de a poco se me va escurriendo el frío,
aunque cada día esté más lejos el verano.
Y los primeros pasitos
me los voy acordando tiernamente
como si estuviera todavía allá,
lejos mío,
pero por suerte está cerca,
y lo veo, y lo veo, ya lo veo.
despacio, se asoma. Deja ver su contorno.
Se acerca más cerca,
casi al ladito, y
se vislumbran mejor sus rasgos
claros, imponentes, compactos.
Se acerca casi hasta tocarme,
y me toca.
Se acerca dejando una marca invisible
de todo el camino que hizo
hasta llegar.
Se acerca en verano,
pasando al otoño
esperando que en invierno ya casi
no se aleje nunca más.
Y está tan cerca que creo
que puedo verlo completo,
sin anteojos. Puedo verlo incluso
sin abrir los ojos,
porque siento su olor e imagino
todo lo demás.
Su llegada me asombra
me impacta, me deja inmóvil como una estatua de hielo,
y de a poco se me va escurriendo el frío,
aunque cada día esté más lejos el verano.
Y los primeros pasitos
me los voy acordando tiernamente
como si estuviera todavía allá,
lejos mío,
pero por suerte está cerca,
y lo veo, y lo veo, ya lo veo.
jueves, 19 de marzo de 2009
martes, 10 de marzo de 2009
gigantes ratoncitos
Era una casita azul.
Con un ratón adentro
con trompa de elefante
y cola de renacuajo.
Le sacó una foto,
el flash se expandió en su melena
de gatopardo ondulante
invadiendo de rayos ultravioletas
el espacio infrarrojo estelar.
Porque nosotros -ratones- vemos
entre el ultravioleta
y el infrarrojo
y nos perdemos todo lo que está en el medio
y a sus costados, respectivamente.
Cuando llegó el Barroco todo cambió.
Su pared ya no fue blanca;
sus muros se abarrotaron de afiches coloridos
y telas de acuarela pintadas de amarillo.
Mucho miedo le tenía al espacio vacío,
porque el color blanco
como una pared, un silencio, una oscuridad,
hacía pensar demasiado en
¡cuánto blanco, cuánto silencio, cuán poca luz!
y tantos tantos tantos pensamientos
seguían su curso incesante bien adentro.
El blanco lo hacía pensar en el amor
y en sus variantes,
no siempre tan elegantes.
Y ahí fue cuando se dijo a sí mismo
que nada existe, hasta que se inventa
y allí empieza a existir en la misma constitución
del acto por el acto mismo,
como el lenguaje y todo lo que encierra,
propone, delinea, encarcela, escupe, protege.
Cada concepto sucedía en el acto mismo
de ser concepto teórico
y los científicos ratones de la casita azul
comprobaban empíricamente
que las acuarelas no se secaran,
porque las cosas, en la casita,
no pasaban hasta que pasaban.
Con un ratón adentro
con trompa de elefante
y cola de renacuajo.
Le sacó una foto,
el flash se expandió en su melena
de gatopardo ondulante
invadiendo de rayos ultravioletas
el espacio infrarrojo estelar.
Porque nosotros -ratones- vemos
entre el ultravioleta
y el infrarrojo
y nos perdemos todo lo que está en el medio
y a sus costados, respectivamente.
Cuando llegó el Barroco todo cambió.
Su pared ya no fue blanca;
sus muros se abarrotaron de afiches coloridos
y telas de acuarela pintadas de amarillo.
Mucho miedo le tenía al espacio vacío,
porque el color blanco
como una pared, un silencio, una oscuridad,
hacía pensar demasiado en
¡cuánto blanco, cuánto silencio, cuán poca luz!
y tantos tantos tantos pensamientos
seguían su curso incesante bien adentro.
El blanco lo hacía pensar en el amor
y en sus variantes,
no siempre tan elegantes.
Y ahí fue cuando se dijo a sí mismo
que nada existe, hasta que se inventa
y allí empieza a existir en la misma constitución
del acto por el acto mismo,
como el lenguaje y todo lo que encierra,
propone, delinea, encarcela, escupe, protege.
Cada concepto sucedía en el acto mismo
de ser concepto teórico
y los científicos ratones de la casita azul
comprobaban empíricamente
que las acuarelas no se secaran,
porque las cosas, en la casita,
no pasaban hasta que pasaban.
jueves, 5 de marzo de 2009
¡Fuerza!
La cuestión fue que la noche anterior había tomado mucho fernet.
Y yo cuando tomo mucho fernet al día siguiente tengo cagadera.
La rutina es siempre igual. Me levanto, voy al baño, voy al baño, voy al baño,
como algo y listo, se me pasa. Es más, esa noche puedo volver a tomar tranquilamente.
Cuestión; El sábado cuando me levanté tipo cinco de la tarde
comí milanesas y tomé coca light. Estaba medio boleada,
era un día raro, mucho calor, mucha música, pero sobre todo mucho calor.
Entonces comí milanesas y tipo siete
(ridículamente)
dije, bueno, ok, voy a lo de X*.
Era ridículo, porque a las ocho tenía que estar en otro lugar,
pero viste como soy yo. Dije má sí. Y fui.
Llegué y el departamentito era lindo. Normal. Chiquito.
Nos sentamos en el sillón y charlamos de la vida.
Un tipo copado. Charlamos mucho,
me contó de su carrera, de su laburo, de su gato.
Hasta que en un momento me ofreció mate.
Yo, en medio de la charlita, ya había ido al baño dos veces a hacer pis.
Y yo tardo cuando hago pis.
Preparó mate y ¿qué iba a hacer? ¿decirle que no?
Volví a decír "má sí" y tomé dos mates.
El problema empezó desde el primero,
pero se agravó muchísimo con el segundo.
Cuando tragué el segundo empecé a transpirar.
Fue de esos momentos en los que hubiese querido no existir.
O que no existan semejantes retorcijones.
En mi cabeza, sólo había dos opciones.
O decirle disculpá X* e irme lo más rápido posible a algún baño cercano,
o lo más disimuladamente posible, intentar ir a su baño.
No era linda ninguna alternativa, claramente
pero tampoco tuve mucho que pensar porque el dolor se hizo insoportable.
Así que me lavanté (por tercera vez)
y volví a ir al baño (un bañito chiquito,
de esos en los que la puerta queda lejos del inodoro, por ende no podés sostenerla
en caso de que por error alguien quiera entrar en ESE momento,
y la acústica es vergonzosamente chillona).
Todos los conocemos, vamos.
Bue. Me metí rezando que la música de fondo de repente
estuviera a todo volumen, cosa que obviamente no pasó.
Me quedé como diez minutos adentro,
abrí canillas, bajé y subí la tapa,
corté rasposamente el papel higiénico una y otra vez
(como si eso sirviese de algo???!!!)
y salí con la frente en alto.-
Él estaba cerca, como esperando,
pispeando, pero desatendidamente
como quien no quiere la cosa.
Salí, me miró con ternura y me dijo:
estás mal de la panza, ¿no?
Guau, qué momento.
Yo sonreí, me abrazó, me dio un beso.
A esas alturas de la tarde, yo ya estaba entre cansada y deshidratada,
me empecé a aburrir y a sentir un poco rara.
Salimos, caminamos unas cuadras
y no lo volví a ver nunca más.
*Esta historia puede haber sido un poco real, bastante digamos,
con alguna exageración de detalles simpaticones,
pero aclaro que es completamente ajena y los que me conocen se deberían dar cuenta
de por lo menos dos cosas que marcan rotunda y enfáticamente que la protagonista no soy yo.
(porfavor, mandénme mail con las dos diferencias clarísimas).
Igual, es una historia tierna,
y yo quiero mucho a la protagonista,
que nunca sabremos quién es. (ustedes, yo sí).
Y yo cuando tomo mucho fernet al día siguiente tengo cagadera.
La rutina es siempre igual. Me levanto, voy al baño, voy al baño, voy al baño,
como algo y listo, se me pasa. Es más, esa noche puedo volver a tomar tranquilamente.
Cuestión; El sábado cuando me levanté tipo cinco de la tarde
comí milanesas y tomé coca light. Estaba medio boleada,
era un día raro, mucho calor, mucha música, pero sobre todo mucho calor.
Entonces comí milanesas y tipo siete
(ridículamente)
dije, bueno, ok, voy a lo de X*.
Era ridículo, porque a las ocho tenía que estar en otro lugar,
pero viste como soy yo. Dije má sí. Y fui.
Llegué y el departamentito era lindo. Normal. Chiquito.
Nos sentamos en el sillón y charlamos de la vida.
Un tipo copado. Charlamos mucho,
me contó de su carrera, de su laburo, de su gato.
Hasta que en un momento me ofreció mate.
Yo, en medio de la charlita, ya había ido al baño dos veces a hacer pis.
Y yo tardo cuando hago pis.
Preparó mate y ¿qué iba a hacer? ¿decirle que no?
Volví a decír "má sí" y tomé dos mates.
El problema empezó desde el primero,
pero se agravó muchísimo con el segundo.
Cuando tragué el segundo empecé a transpirar.
Fue de esos momentos en los que hubiese querido no existir.
O que no existan semejantes retorcijones.
En mi cabeza, sólo había dos opciones.
O decirle disculpá X* e irme lo más rápido posible a algún baño cercano,
o lo más disimuladamente posible, intentar ir a su baño.
No era linda ninguna alternativa, claramente
pero tampoco tuve mucho que pensar porque el dolor se hizo insoportable.
Así que me lavanté (por tercera vez)
y volví a ir al baño (un bañito chiquito,
de esos en los que la puerta queda lejos del inodoro, por ende no podés sostenerla
en caso de que por error alguien quiera entrar en ESE momento,
y la acústica es vergonzosamente chillona).
Todos los conocemos, vamos.
Bue. Me metí rezando que la música de fondo de repente
estuviera a todo volumen, cosa que obviamente no pasó.
Me quedé como diez minutos adentro,
abrí canillas, bajé y subí la tapa,
corté rasposamente el papel higiénico una y otra vez
(como si eso sirviese de algo???!!!)
y salí con la frente en alto.-
Él estaba cerca, como esperando,
pispeando, pero desatendidamente
como quien no quiere la cosa.
Salí, me miró con ternura y me dijo:
estás mal de la panza, ¿no?
Guau, qué momento.
Yo sonreí, me abrazó, me dio un beso.
A esas alturas de la tarde, yo ya estaba entre cansada y deshidratada,
me empecé a aburrir y a sentir un poco rara.
Salimos, caminamos unas cuadras
y no lo volví a ver nunca más.
*Esta historia puede haber sido un poco real, bastante digamos,
con alguna exageración de detalles simpaticones,
pero aclaro que es completamente ajena y los que me conocen se deberían dar cuenta
de por lo menos dos cosas que marcan rotunda y enfáticamente que la protagonista no soy yo.
(porfavor, mandénme mail con las dos diferencias clarísimas).
Igual, es una historia tierna,
y yo quiero mucho a la protagonista,
que nunca sabremos quién es. (ustedes, yo sí).
martes, 3 de marzo de 2009
Empezó marzo.
Vencimientos
Aranceles
Ascensores
Alquileres
Trámites
Celulares
Botones
Colectivos
Carriles dobles
Doctores
Monedas
Tarjetas
ayer no pude dormir.
Aranceles
Ascensores
Alquileres
Trámites
Celulares
Botones
Colectivos
Carriles dobles
Doctores
Monedas
Tarjetas
ayer no pude dormir.
domingo, 1 de marzo de 2009
Bestia
-Vestite.
La miró con aires de despido. Le guardó el corpiño en la cartera y dejó sobre la cama
un billete de diez pesos para el taxi.
-Te va a alcanzar.
Ella no le sostenía la mirada. Seguía fijamente los movimientos del gato;
su flequillo volaba con la brisa que subía por las cortinas abiertas.
Quería desaparecer. Quería haber desaparecido de todos
y sobre todo de ella. Quería salir volando por las cortinas o saltar por la ventana como un gato.
En ese momento, no quería ser mujer, no quería ser linda,
no quería estar en una habitación cargada de tanta oscuridad y pena.
-¿Es tuyo el gato?
-Sí, se llama pochoclo. Le puso así mi vieja.
Ahora vestite y andate, dale, mañana laburo temprano.
-Me quedo y te hago el desayuno. No me hagas irme así.
-Me estoy poniendo nervioso. Por favor, te lo pido de buena manera, vestite y andate ahora
antes de que te meta de las mechas en un taxi.
No llegó muy lejos cuando él la alcanzó bruscamente del brazo izquierdo.
-¿Por qué me hacés esto? Yo te trato bien, y vos me pagás con miraditas de desprecio. ¿Qué te creés que sos? ¿Una reina? ¿La princesa blancanieves?
Ella llorisqueaba sigilosamente. Sus lágrimas eran de miedo y de soledad.
El vestido parecía haberse achicado desde el día anterior. Las medias se habían corrido, el rimmel también. Ya no quedaban más que un par de ojeras pronunciadas sobre sus cachetes húmedos.
Se subió al primer taxi que alumbró la avenida.
Nunca más volvió a pisar ese departamento, ni esa calle, ni a usar ese vestido con flores, ni a ponerse rimmel en los ojos.
Un domingo de agosto lo vio subirse al mismo colectivo
y, sin dudar un segundo, bajó en Caballito y siguió caminando el resto del trayecto.
La miró con aires de despido. Le guardó el corpiño en la cartera y dejó sobre la cama
un billete de diez pesos para el taxi.
-Te va a alcanzar.
Ella no le sostenía la mirada. Seguía fijamente los movimientos del gato;
su flequillo volaba con la brisa que subía por las cortinas abiertas.
Quería desaparecer. Quería haber desaparecido de todos
y sobre todo de ella. Quería salir volando por las cortinas o saltar por la ventana como un gato.
En ese momento, no quería ser mujer, no quería ser linda,
no quería estar en una habitación cargada de tanta oscuridad y pena.
-¿Es tuyo el gato?
-Sí, se llama pochoclo. Le puso así mi vieja.
Ahora vestite y andate, dale, mañana laburo temprano.
-Me quedo y te hago el desayuno. No me hagas irme así.
-Me estoy poniendo nervioso. Por favor, te lo pido de buena manera, vestite y andate ahora
antes de que te meta de las mechas en un taxi.
No llegó muy lejos cuando él la alcanzó bruscamente del brazo izquierdo.
-¿Por qué me hacés esto? Yo te trato bien, y vos me pagás con miraditas de desprecio. ¿Qué te creés que sos? ¿Una reina? ¿La princesa blancanieves?
Ella llorisqueaba sigilosamente. Sus lágrimas eran de miedo y de soledad.
El vestido parecía haberse achicado desde el día anterior. Las medias se habían corrido, el rimmel también. Ya no quedaban más que un par de ojeras pronunciadas sobre sus cachetes húmedos.
Se subió al primer taxi que alumbró la avenida.
Nunca más volvió a pisar ese departamento, ni esa calle, ni a usar ese vestido con flores, ni a ponerse rimmel en los ojos.
Un domingo de agosto lo vio subirse al mismo colectivo
y, sin dudar un segundo, bajó en Caballito y siguió caminando el resto del trayecto.
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