domingo, 13 de junio de 2010

¿Se habrá quedado mal el señor?

Cuando volvimos del paseo nocturno, mi perro subió ansioso, corriendo y se tiró encima del plato de comida. Generalmente cuando sube, tiene lista la cena. Pero hoy no estuvo lista la cena en su plato verde. Lo que sí estuvo fue su ansiedad, sí estuvieron sus ganas. Me identifiqué con él, no esta vez por la comida, pero sí por esos sopetones de ansias que nos agarran de querer algo en un momento determinado. De acostumbrarnos, de poner piloto automático y ni siquiera pensar en lo que estamos por hacer. No como una inercia, sino como una costumbre que nos moldea.
Incluso hoy viendo Alemania-Australia, en esas ediciones fugaces que hacen ahora los trabajadores del mundo de la televisión, vi como el señor que estaba al lado del director técnico gritó el primer gol de Alemania. Gritó y miró, con ganas de un abrazo, al DT. El DT miró para adelante, y no le devolvió las ganas de abrazarlo. Las ganas no fueron mutuas. En esos segunditos de compilación pude ver el mismo gesto que en mi perro: el gesto de las ganas impulsivas de algo, y la posterior decepción. Una decepción que ya conocemos, porque es parte de ser humano.
Mi perro olió el plato verde y se fue directo a la cucha.
El señor de al lado siguió gritando el gol y justo lo vino a abrazar otro señor.

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