Las ciudades en general, pero hablando indefectiblemente desde la capital Colombiana, dan miedo.
Te escupen, te tragan y te quieren vomitar.
Yo cuando las transito, me pregunto qué pasa?
Hay miedo. Hay pobreza. Hay gente pidiendo. Hay gente exigiendo. Hay gente que manda, que obliga, que mira de reojo y mira mal. Hay calles oscuras, avenidas de tránsito y ruido, hay basura, hay perros abandonados. Hay aires de falta, de poca cosa y de otras cosas que sobran al mismo tiempo. Y ese es el punto. El punto de inflexión: el choque de mundos, entre los que no meten la nariz en la basura y los que merodean en busca de una nueva vida, algo menos denigrante, salir del pozo, o zafar la noche, buscar un techo, una cobija, un cuerpo amigo que de calor.
Hay pobreza. Hay gente sin techo, sin casa, sin familia, sin rumbo.
Hay miseria, hay miradas de odio, de desprecio, de bronca, de ganas de morir y matar.
Hay bolsas de basura abiertas y gente que las abre para ver que no hay nada, no hay salida, no hay un hueso, no hay un carajo.
Hay asfalto, tierras calientes, hay papeles verdes, y hay papel higiénico.
Y sobre todo, hay ojos tristes. Miradas de infinita incertidumbre. De sentirse inutil, afuera, lejos, perdido, golpeado, sacado a la fuerza.
Y la tristeza del principio, genera impotencia y odio en el final.
Y la bola corre, y sigue corriendo, y las calles se multiplican, y sobran los ojos tristes.
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