domingo, 9 de agosto de 2009

A la orden.

Uno siempre tiene más de dos opciones para todo. Y yo siento hoy que tengo infinitas opciones de cómo contar este viaje. Puedo empezar de mil maneras distintas y darle tantos finales diferentes, así que voy a elegir el no-camino, contar espontáneamente lo que se me viene a la mente sobre estas dos semanas colombianas.
Estoy en la mitad del viaje, y aproximadamente en la mitad del recorrido.
Todo me gusta, todo. No hubo lugarcito que no marcara su propio sabor en nosotros.
Cada pueblo es diferente, tiene su estilo. Costeños, paisas, cachacos.
Pero eso sí: todos escuchan el mismo vallenato. ("ay te dejé te dejé te dejé te dejé te dejé por mala, por loca..."). Los taxistas escuchan el estéreo a todo lo que da todo el día, y es por eso que después del segundo taxi que tomamos, la decisiòn fue tratar de ir en bus a todos lados.
La protagonista de mi libro (¡Qué viva la música!, de Caicedo, autor colombiano por excelencia) me diría que no me queje, que la música se debe escuchar fuerte y sin chistar.
Todo es música.
Todos bailan.
Bailan a cualquier hora del día, en la costa, claro. Bogotá es distinto a la playa. Allá se ven montañas, bolichitos, mucha moto y mucho auto y cuánto taxi (el color predominante de la ciudad es el amarillo, lejos) y allá también se distingue entre días de semana y fin de semana.
Taganga, Tayrona, Santa Marta...todo es rumba, constantemente. La gente hace las cosas de buen humor, hecho que nuestro ojo y espíritu porteño, apurado, gruñón y crítico, no puede aprehender. En las situaciones más incómodas, como ser un bus repleto de gente a hora pico, una calle cortada y mucho tráfico, un corte de luz que nos deja a todos sin cocina y sin comida, acá se ríe y se sonríe. Y si estás con cara de mufa, te cargan. Se burlan de tu malhumor.
A mi las colombianas me tienen ternura porque me pongo colorada, por el sol.
Eso les llama la atención y más de una se me acercó a preguntarme si estaba bien.
Acá en vez de hola se dice " a la orden", en señal de servicialidad y ganas de vender cualquier cosa, pero incluso cuando no hay nada que vender, hay una suerte de cortesía caribeña.
Las lluvias cuando son, son fuertes. De esas que caen sapos del cielo, y un rato después es como si no hubiera pasado nada.
Desde hace dos semanas convivo con cabritos de todos los estilos (y qué lindos son!).
Hay peces en el agua, y nunca pensé que iba a verlos en tantas playas distintas.
Incluso pude ver el agua viva que me picó, sí, fui picada por primera vez. Ardió, pero pasó. Y se me fue un poco el miedo mítico sobre lo que no se sabe, y se teme.
Cada hostel es una aventura, así como cada desayuno. Nunca se sabe cómo serán las camas, la luz, las tostadas, el hinodoro (¿tendrá tapete o tendré que hacer parada?), y así las cosas.
Cada pasaje de micro genera una nueva expectativa del porvenir.
Y el porvenir siempre es lindo hasta ahora. Salvo Rihoacha, una ciudad de paso de la que salen micros hacia el norte del país, que tiene olor a queso rancio (enterita la city) y mucha sensación flotante de inseguridad (nos miraban mal, por lo que automáticamente decidimos quedarnos adentro del hotel mirando la tele las horitas que estuvimos por estas tierras oscuras).
Hay que mantener un ojo pispireta, calmo pero atento, de noche sobre todo. Y listo, no hacerse mala sangre, pero cuidarse un poquito.
Me di cuenta de que exageré completamente con la cantidad de bombachas que traje- ya me lo habían advertido- y las medias son un sinsentido en este viaje, salvo para los trayectos en micros de línea, en los que siempre, sin falta, hace un frío de la reputa.
Me estoy llenando los ojos de imágenes muy interesantes y únicas.
Cangrejos de los colores de la bandera colombiana (impactante), iguanas que caen del techo directo a la cabeza de uno, maratones de vallenato de día y noche, lunas naranjas sobre el mar, mares transparentes entre montañas y palmeras.
Las hamacas paraguayas son tan mágicas como uno se imagina. Y más. Y la papaya y el mango hacen muy bien al espíritu, yo creo que son frutas celestiales.
Como siempre, las iglesias predominan por doquier. Hay pulseras comerciales con la frase: "a mi me cuida Jesús, ¿y a usted?"

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