Era un top blanco con un dibujito de Mafalda.
De lo más simpático.
En mi vida ese top fue una revolución.
Fue un salto hacia algo nuevo y desconocido.
Un aire de sexualidad, de femineidad, de crecimiento.
Ojo: al corpiño nada lo rellenaba, claramente,
yo era una tabla de planchar pero no quería quedarme afuera de la pre-pubertad emergente.
Ese día llegué al aula primera y al instante
entró mi compañero, Eitan Abelson.
Eitan, ocurrente, se acerca y me dice.
-Juli, estoy orgulloso de vos. Ayer con los chicos estuvimos hablando
y todas ahora se la dan de grandes y usan corpiños que no rellenan.
Y dijimos que la única que no usa sos vos, así que te felicitamos.
Colorada como hasta el día de hoy me pongo,
le sonreí y me fui corriendo al baño a esconder la tirita del corpiño
por detrás de la manga de la musculosa.
Al día siguiente junté coraje y, ya más cómoda con mi nueva adquisición,
fui y le dije a Eitan que había empezado a usar corpiño justo ayer.
Él, contra todos mis pronósticos, me dijo:
ah, te queda bien.
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