Estoy leyendo una novela de Romina Paula que compré hoy en Libros del Pasaje.
Hace unos meses decidí que esa es MI librería, la que más me gusta.
(igual, con la sensación de que dentro de poco la voy a odiar, como que va a ser más popular aún,
más fashion y yo voy a vivir en Boedo o en parque chacabuco o en almagro y voy a estar alejada de estos
mercados rústicos y rococós de los ramales palermitanos).
Cuestión que hoy empecé Agosto y hoy lo voy a terminar.
167 páginas de las más cercanas que alguna vez leí.
Ningún mérito lo de empezar y terminar hoy una novela, no. No lo digo por eso.
Fue un domingo de esos que se escurren en páginas de diarios y libros y una siesta que nunca llegó a ser
y un paseo en auto con Drexler cantando sobre sus fronteras.
Drexler siempre me hace compañía; creo que es una sensación que tiene mucha gente esta.
Y tengo otra sensación: que amo a gente que ni siquiera conozco de cara, gente que se cuela por un rato en mi vida, de la que quizás no sé nada más que una cosita.
Desde hoy, la amo a Romina Paula. Así como amo a Clarice Lispector, a Fernando Pessoa, a Sor Juana Inés de la Cruz.
Agosto me enseñó cosas que ya sabía.
Pero es raro, porque a pesar de saberlas, me las enseñó. Me las volvió decibles, más decibles.
Ahora tengo más herramientas para pensar como pienso, o para pensar con más recursos algunos pensamientos.
Hay personas en el mundo que pueden sentir parecido a yo,
y además de eso pueden escribirlo tan bien. Yo aplaudo.