martes, 7 de abril de 2009

III

Muy ella se probaba pantalones que ya sabía que no le entraban
y se ponía mal antes durante y después de la pruebita.
El invierno le producía sensaciones en la panza
tan distintas a las del verano. Sentía diferente todo: el amor, el desamor, el hambre, el sueño.
Dormir era un placer divino y despertarse un sueño.
Muy ella pensaba que nadie debía trabajar durante el invierno.
Como los osos (que hibernan).
Comía chocolate en el cine y no entendía muy bien lo del pochoclo.
Tanto ruido y tan airoso. Mejor un Tofi, no?
Sentía que los sótanos eran lugares mágicos, propios de las casas
imaginarias, o de las películas imaginarias,
o del mundo de las cosas imaginarias. Como el ratón pérez,
el rey Melchor o las fábricas de chocolates gigantes.
Creía sabiamente en la fábula de las mentitas y la coca light:
dicen algunos pocos que cuando las juntas
te explota la panza
(dicen que si se lo das a tus enemigos, no explota,
pero te divertis pensando que sí).
Muy ella era sabia por su picardía,
un día entero se pasó al lado de la jaula de su canario intentando imitarlo,
y otro día decidió armar la carpa y dormir en la terraza
para acercar un poco la sensación de vacaciones.
Le gustaba leer Cortázar en los colectivos,
a Borges en la Biblioteca,
y al principito una vez por año.
Muy ella un día tomó sol en la plaza
se quedó dormida
y se quemó toda despareja.
Después nos enteramos que un hombre
le estaba tapando con su mejilla
la otra mitad de su rostro.