Se sentó en la plaza a leer el diario.
Compró Página doce y se arrepintió
desde el momento en que el canillita le devolvió
algo de plata, migajas de monedas,
pero que siempre sirven en esta época de la vida.
Qué raro esto, pensó, de que todos estemos pendientes
de las monedas.
Qué raro, qué loco, qué cosa tan pelotuda.
Todos comprando Beldent, puchos, barritas de cereal,
hasta diarios.
Cuando analizó lo de las monedas,
un tema tan superficial como grandilocuente,
decidió perdonarse por haber comprado un diario
que ya sabía que no le iba a gustar.
Plaza las Heras le quedaba grande,
sensación que ya conocía tan de memoria,
porque desde que tenía conciencia
cada cosa que no fuera minimalista y anti-gigante
le quedaba enorme a su tamaño de ver el mundo.
Entonces optó por la otra,
la chiquitita, que también está sobre las Heras,
pero que casi nadie conoce, porque los normales
van a la otra con palmeras, mate y cachorros blancos.
Se sentó abajo de un árbol y miró para arriba
conociendo el riesgo de las palomas.
Al sol corría una ventisca,
una caricia del aire que no llegaba a revolver el pelo
ni sacar mechones del flequilo
y que no le permitieran, por ejemplo, leer el diario.
Óptimo día de plaza pequeña no-las Heras.
Leyó un poco,
suspiró,
leyó Espectáculos,
Jennifer aniston no consigue novio definitivamente,
pobre. Tener a Brad y no tenerlo más,
qué cagada. Después de Brad, quién?
Ella pensó que Sean Penn
o Indiana Jones. El actor, no se acordaba el nombre.
Pero en ese pensamiento se le vino a la mente
la idea de hacer una huelga
en la plaza chiquita
que también estaba sobre Las Heras,
pero que nadie llamaba las heras,
y debería llamarse PLAZA LAS HERAS, por qué no?
Imaginó pintadas, hippies, banderas,
cervezas, policía, gritos y tambores.
Preguntó la hora
y estaba retrasada para terapia.
Dejó el diario en el banco verde,
miró al sol y se fue corriendo al piso veintidós.