viernes, 27 de junio de 2008

Desvariando

Entretanto, en el medio.
Vacíos y espacios en blanco.
Justo cuando estaba por,
en ese preciso momento.
Algo había pasado, sí.
Ni te imaginabas.
Nada nuevo bajo el sol, está claro.
Pero si yo hubiese sabido.
Aunque uno nunca sabe.
Pero si realmente hubiese sabido.
Cuando hay percepción, no hay acto.
Cuando hay acto, ¿la percepción?
y a veces también contra acto.
Nadie habla.
Todo es silencio.
Nadie hable por favor.
Que nada se mueva,
total cuando gira el mundo no sabemos.
Pero una pestaña se cae
y ahí entendemos
la fuerza con la que gira.
Todo se transforma
y mucho se pierde,
basta de mentiras.
¿Esto seguirá su curso?
camino de fluctuaciones e inconstancias
Extraño la paz que nunca hubo.
La extraño como si existiese.
Como si realmente hubiera existido.

miércoles, 25 de junio de 2008

Rabelais es genial

Mijail Bajtín en La cultura popular en la Edad Media y el Renacimiento afirma: “el Humanismo y el Renacimiento nacieron de la espera y la aspiración apasionada e ilimitada de una época que envejecía, y cuyo espíritu, agitado en sus profundidades, ansiaba una nueva juventud”[1]. Esta cita puede servir como disparador para delimitar una nueva definición, o un nuevo concepto, ligado a las también novedosas prácticas de la época, que nos brinda Rabelais acerca de la educación y la salud en Gargantúa.
Ya desde el apartado titulado “a los lectores” se lo invita al receptor de esta obra a despojarse de cualquier afición, es decir, cualquier tipo de vicio que pudiera enmohecer la subsiguiente lectura. “Visto el duelo que os mina y come: mejor es de risas que de llantos escribir”[2]. El tema se anticipa y advierte: la comicidad será el motor de su escritura. Y Rabelais, como buen humanista, desde el mismo comienzo, no puede dejar de hacer alusión a algún maestro antiguo que funcione como ejemplo retomado y resiginificado. Utiliza, entonces, nada más y nada menos que un concepto de la Poética de Aristóteles: “La risa es propia del hombre, de su racionalidad”. En el prólogo tampoco se queda atrás. Menciona a Sócrates y realiza un breve análisis de las apariencias en comparación con lo que se encuentra en la profundidad de las cosas. Sin ir más lejos, lo que está haciendo el autor es poner como ejemplo un reflejo espejado de su propia actitud: una crítica, un ir más allá, una vanguardia, un desafío. Así es como debemos leerlo a él; entrelíneas, atentos, y sin dejar que una trama picaresca empape la totalidad de las ideas que el libro ofrece.
Las paradojas no tardan en aparecer. El capítulo undécimo se titula “Sobre la adolescencia de Gargantúa”, pero sin embargo, nos va a relatar la primera infancia del protagonista; infancia de libertad absoluta, marcada por los tiempos de ocio y rienda suelta a los antojos. Charpentier sostiene al respecto: “la palabra instruido, la palabra disciplina (…) son igualmente términos paradójicos. Se trata en realidad de una anti-educación o incluso de una ausencia de educación: se muestra al niño pequeño librado a sí mismo y dando rienda suelta a la vida salvaje de sus instintos”[3].
En el capítulo decimotercero se hace mención a la brillante invención del pequeño gigante: un limpiaculos. Se festeja magníficamente el invento, dando lugar aquí a la noción bajtiniana de carnaval, instancia festiva donde los valores son revertidos y donde los elementos bajos se transforman en altos y viceversa. A partir de la creación de su hijo, “el medio más señorial, más excelente, más expeditivo que jamás se viera para limpiarse el culo”[4], Grangaznate decide que su niño prodigio debe contar con la educación más elevada posible. Es así como Gargantúa es instruido en letras latinas por un sofista ¿cuáles fueron las enseñanzas de este maestro? La recitación de la cartilla de memoria, la escritura gótica, la repetición de atrás para adelante y la lectura de manuales típicos de la Edad Media francesa; todas prácticas criticadas por la corriente humanista por estar vacías de sentido y por provocar la automatización absoluta de una pedagogía vacía de pensamiento crítico. Demerson afirma: “lo que Rabelais condena (…) es la irreflexión que arroja a capitanes y a jefes de pueblo en la acción, sin dejarles ese tiempo para la pausa, que concede la reflexión, característica de toda obra humana”[5].
En el capítulo decimoquinto, el padre del gigante se da cuenta de que “ciertamente estudiaba mucho y bien; empero, no le aprovechaba nada y, lo que es peor, volvíase bobo, necio, sandio y atontado”[6]; Idea poco novedosa para el virrey de Pamparigossa, empero, que le advierte que antes de “aprender aquellos libros con aquellos preceptores”[7] era mejor no aprender nada, dado que ese saber era el de los burros y envilecía a los espíritus buenos y nobles. Esta escena es la que da pie al comienzo de una nueva educación: se reemplaza la pedagogía escolástica automatizante por una humanística libertaria. Esta notable preocupación por la enseñanza y el aprendizaje es bien resumida por Artal: “pedagogía se entendía como el camino para concretar un nuevo modelo de hombre y de sociedad, basados en un saber puro y sólido”[8]. No más repeticiones de memoria ni transcripciones alejadas de los textos originales. Es el momento de la filología, de la pasión y de la puesta en práctica.
Nuevo maestro y nuevas técnicas llegan hasta Gargantúa de la mano de su maestro humanista. Juegos, casos llevados a la práctica, y hasta una medicina para borrar cualquier tipo de huella que hubiese dejado su anterior educación escolástica, para extirpar “toda la alteración y perversa costumbre del cerebro”[9]. La instrucción continuada[10] que menciona el texto, a diferencia de la anterior, parecía estar teniendo un efecto muy positivo sobre el joven Gargantúa. La crítica y el ataque son constantes y explícitos a la pedagogía escolástica.
En palabras de Artal, “Rabelais introduce, en su modelo de educación, la necesidad de ejercitar el cuerpo así como presentó la necesidad de ejercitar el intelecto”[11]. El hombre es, para él, una unidad de cuerpo y espíritu. Esta nueva educación, consecuentemente, tendrá semejantes características. Se alejará de lo híbrido y lo escindido para pasar al terreno de lo homogéneo: “eran todos sus juegos libres pues dejaban el partido cuando les placía (…) mientras esperaban recitaban clara y elocuentemente algunas sentencias de la lección que habían retenido”[12].
Siguiendo la línea de estos parámetros “correctos” de comportamiento, La “Abadía de Thelema” se construye como modelo utópico de organización social, como una asociación entre belleza, sanidad y bien. Es opuesta a los monasterios, es un espacio abierto, sin murallas, ni relojes, ni hipócritas, ni jueces, ni celosos, ni usureros, en el que la vestimenta es elegida por consenso y no por imposición, donde el hombre “puede elegir el bien”. Con esta construcción se exalta la diferencia entre la obediencia (paralela a la educación primera) y el comportamiento por buena educación y voluntad propia (de la mano de Ponocrates). La Abadía es un asilo contra el error del mundo.
El letrero a la entrada de la misma comunicaba explícitamente la voluntad de sus creadores. Luego de una extensa enumeración de quienes no debían allí concurrir, leemos: “Entrad aquí felices y por libre voluntad, flores de belleza de celeste faz, de busto firme, de modesto talante”. Además de la gracia que causa en el propio lector, otra vez se retoma aquí el tópico de la felicidad y la risa, y la dupla cuerpo-espíritu.
Los pares dicotómicos opuestos son centrales para el texto. Desde la comparación se enfatizan las diferencias, imprimiendo un tinte claro y conciso de preferencias, por parte del autor. La oposición de los dos tipos pedagógicos posibles está en juego desde el nacimiento mismo de Gargantúa. Screech nos revela: “la irremediable imposibilidad de alcanzar la verdad por medio del debate contradictorio hizo muchas veces reír a Rabelais aunque no sin algo de amargura”[13]. Entonces, cabría preguntarse ¿por qué elige reírse de un fenómeno social tan troncal en su vida y en su escritura?
La risa funcionaría como su manera de abordar, de forma renovada y personal, esta temática perteneciente al campo de lo real, acercándonos a los lectores a un mundo que, en superficie parece simplemente carnavalesco, pero que en verdad se construye como una fuerte crítica, alejada del realismo grotesco planteado por Bajtín. En Gargantúa no hay puro carnaval, no todo es transfiguración. La “Abadía de Thelema” es el núcleo final que posibilita abarcar desde aquella perspectiva cómica, un ideal de organización al que aspira Rabelais. Consenso, voluntad, reflexión, belleza y felicidad.


[1] Bajtín, Mijail. La Cultura Popular en la Edad Media, Alianza, Buenos Aires, 1994, p. 27.
[2] Rabelais, Francois. Gargantúa. Madrid, Editorial, 1992. p.29
[3] Charpentier, Francoise. Una educación de príncipe. Gargantúa, cap.XI, Ficha de Cátedra, Buenos Aires, OpFYL, 2008, p.30.
[4] Gargantúa. Op. Cit. p.84.
[5] Demerson, Guy. Paradigmas épicos en Rabelais. Ficha de Cátedra, Buenos Aires, OpFYL, 2008, p.42.
[6] Gargantúa. Op. Cit. p.92.
[7] Íbid. p.92.
[8] Artal, Susana G. Francois Rabelais. Humanismo, risa y ficción. Ficha de Cátedra, Buenos Aires, OpFYL, 2008, p.6.
[9] Gargantúa. Op. Cit. p.122.
[10] Se puede pensar este “continuada” como proveniente de la educación formal primera, la escolástica, pero también se puede pensar como la pedagogía recibida complementaria de la libertad salvaje de aquellos primeros años de vida, que, junto a la nueva educación humanista, lograron transformar a Gargantúa en aquel educado con “todo lo que se debe”.
[11]Francois Rabelais. Humanismo, risa y ficción. Op. Cit. p.7.
[12] Gargantúa. Op. Cit. p.124.
[13] Screech Michael. III Pantagruel Ficha de Cátedra, Buenos Aires, OpFYL, 2008, p.38.


lunes, 23 de junio de 2008

Estudiar lo inestudiable

Me encanta mi carrera. Siempre me gustó.
La obligación de las lecturas de autores que uno no puede, o, más bien puede pero no quisiera, agarrar sin un martín ciordia que te explique tan amablemente el contenido.
Sin embargo, este fue un cuatrimestre funesto de encuentros y desencuentros de todos los tipos imaginables. Gente que vino, se fue, volvió y se volvió a ir. Me siento mareada y necesito un poco de puna jujeña.